viernes, 21 de noviembre de 2014

Bobol II: Óscar y Elena


        


          La realidad es ridícula, absurda, insultante. Óscar se nos presenta débil, pusilánime, sin un ápice de confianza, y mucho menos con capacidad para enfrentarse a la realidad. El Otro, y él mismo también, le imponen una especie de ostracismo, y de la vida misma se ve expulsado. Cómo presentar esta distancia con el mundo real y no-acceso de lo trascendente, representado por la Mujer, sino con una metáfora de la imposibilidad para el acto sexual: gracias a él la existencia de la especie se perpetuará y habrá una trascendencia más allá de nuestra vida en el Mundo, a la vez que nos une íntimamente con el presente, con el Otro, es decir, con la Realidad. De nuevo, la relación con la Mujer se presenta no como algo más en la vida, sino como eje rector de la misma, central y constante, que modulará todo lo demás.

          Elena es quien saca a coalición las necesidades de la pareja, y también se presenta como guía para Óscar. Experimentada en el mundo real, con el que Óscar no sabe lidiar, y en el fantástico, al que Óscar todavía no ha accedido, es conocedora de todo e ilumina el camino de nuestro protagonista: en esta escena el juego de luces y sombras nos puede hacer creer que Óscar está experimentando una aparición mariana, mientras que un plano más apagado se nos presenta a Elena, como un ente mucho más real, sin la trascendencia que parece estár sufriendo Óscar. Elena sólo es Dios cuando es vista a través de los ojos de Óscar. La realidad es tal y como se nos presenta al inicio de la conversación: normal, de carne.

          Ésto no se mantiene así durante mucho tiempo, pues el absurdo de nuevo, la cotidianidad de los días, la inercia, entra en escena cuando empiezan a hablar de la comida familiar. En éste momento Elena pierde su condición divina, aparece ella también iluminada, insegura, ante Óscar, el cual toma una actitud más segura de si misma y la rodea con sus brazos. Conforme Óscar comienza a interceder con la vida real de Elena, su familia, ésta deja de ser inaccesible, se rebaja a su plano, y hay incluso cierta violencia de Óscar hacia Elena cuando hablan de la comida de su madre. Sólo cuando destronamos al ente sagrado podemos realmente interceder con él.

          Aun así no podrá permanecer en este estado de soberbia, ya que pronto Elena vuelve a la trascendencia, a lo importante, dejando a un lado lo fútil e innecesario. Óscar es incapaz de aceptar en su totalidad que el entorno divino lo acepte, por su rechazo de sí mismo, y debe crear narrativas alternativas para justificarlo. Elena trata de evitar que vuelva a desconectar de la situación, pero se le hace imposible. 'Meta-física' reza sobre el cuadro que atrapa a Óscar, caras misteriosas y desconocidas le sonrien, lo surreal le envuelve por su misma incapacidad ante lo real, y las sombras tiemblan a su alrededor anunciando el pronto desmoronamiento de la situación.

          Evitando el acceso a la locura, a la inseguridad, a si mismo frente a Elena, decide excusase, y esta vez sale físicamente de la habitación, para volver a estar solo y no sólo con sus pensamientos.

          No es fácil en las situaciones tensas, en las que nos encontramos bajo una presión real o imaginaria, mantener la cordura, saber diferenciar entre nuestras emociones y lo objetivo. Así Óscar se encuentra con J. (Javier Temprado), el cual, sereno, bebiendo cerveza, oculto tras unas gafas de sol, le canta como quien canta a su gran amor. El servicio, donde Óscar esperaba encontrar intimidad, es invadido por un agente extraño, del cual Elena parece no saber nada.

          Nuestros fantasmas nunca vienen solos, y siempre tienen un plan, un motto. Así, J. parece reunirse con otros individuos de igual corte grotesca. Entramos así a ser partícipes de la enajenación de Óscar, pues igual que él vivimos sus fantasmas como seres reales: y es que para un loco nada más real hay que sus miedos y fantasías. Observándolos nosotros como reales entramos en su proceso de enajenación.

          Elena no está ahí sino para liberar a Óscar, y la danza reluce por su componente expresiva y destructora de cadenas. Más conciliadora baila para él, con su continuo cigarro encendido, su sonrisa concesora y llena de vida, se establece una dualidad clara entre sus movimientos y los de Óscar. Ésto genera también una sensación de incomodidad; y es que no hay liberación sin violencia, no hay libertad sin lucha. Aunque intenta vencer sus miedos, es incapaz.

          Ella sigue bailando, tratando de inducir a Óscar, pero vemos como pronto pierde su conexión con él y comienza a bailar para ella sola, creando más distancia todavía que la física que en el momento les separa, perdiendo su apariencia de debilidad pasando de un plano picado a contrapicado. Canta, gesticula, y parece un ser de otro calibre comparada con Óscar. La Mujer, si bien sus instintos son divinos y no busca sino mejorarnos, peca a veces de falta de consciencia frente a los problemas que no entiende. Su éxtasis no es más que contraproducente para nuestro beato.

          Vuelve a excusarse, pero esta vez es diferente y la oscuridad se prevee en su rostro: esta vez se está entregando a los brazos de la locura, no trata huir de ella, viaja al pozo más profundo de su ser (o del ser de su amada), como un ciego a tientas esperando encontrar algo que le ayude a continuar.

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