(( Me he planteado analizar desde una
perspectiva personal el mediometraje que hará dos años grabamos mi
grupo de amigos. Ricardo Jornet nos propuso escribir cada uno una
intervención en el guión, para ser posteriormente interpretado por
nosotros mismos, dirigidos por él. Además el corto tendría otra particularidad: debía ser
grabado en 24 horas.
Los comentarios aquí vertidos son
personales y no tienen por qué coincidir con la opinión de sus
creadores, ni mucho menos ser conscientes de las mismas. Se trata,
como ya he mencionado, de un análisis personal.
Dada la duración del mediometraje,
unos cuarenta minutos, lo dividiré en diferentes entradas, cada una
acompañada de su correspondiente vídeo que editaré en función del
texto escrito. En caso de que quieran visionarlo en su unidad, pueden
acceder a él a través de este link. Recomiendo, evidentemente, ver cada clip antes de leer el texto.
Ante todo, ésto es un homenaje a mis
amigos, a nuestro grupo, a nuestro tiempo.))
El infierno, aunque inmutable, sólo
se nos aparece a través de la contingencia de los días. No hay
grandes gestas como en la literatura clásica, ni héroes magnánimos
que se enfrentan a la Historia. El infierno es accesible a todos por
su justa facilidad para aparecer en los distintos momentos de nuestra
vida, y todos debemos enfrentarnos y escapar de él, aunque tengamos
la seguridad de que más tarde volverá a aparecer.
Si hablamos del infierno debe existir
un Dios, y hablando de él empieza su monologo Óscar (Roy W. Cobby), el protagonista
de nuestro cortometraje 'Bobol'. Si bien liberado desde joven de su
influencia, es cuestión de tiempo que rellene este espacio simbólico
con alguna otra entidad, y ésta será la que haga posible la
existencia de este tormento del espíritu, al que sólo acceden los
creyentes; en nuestro caso, los enamorados.
Pues es Óscar quien es guiado por el
espíritu de los Sabios, e indagando en el alma humana a través de
diferentes formas del Arte y Ensayo, concluyó no podía haber fuerza
superior que aquella que despierta la mujer en el espíritu del
hombre, pues infudía en el individuo esa exaltación sólo
atribuible a los Dioses griegos en sus amados guerreros, y perpetuada
en la historia occidental por la “Iluminación” que otorgaba el
camino del Señor. Así pues, si el Amor era ese sentimiento
original, la Mujer debía ser Dios.
Merece un inciso plantearnos por qué no tomar la vía de Bakunin, y liberarnos de un Dios que se eleva por encima de nosotros. Si llegamos a la conclusión, como suponemos hizo Óscar, de que a través de él encontramos la catarsis, la exhaltación de nosotros mismos, es decir el Arte, en cualquiera de sus formas, y por ende el proceso creativo, siendo quién nos permite ese acceso al Absoluto, esa materialización de lo Infinito en lo finito, matar a un ente tan bello no supondría sino un sacrificio demasiado grande. Óscar debía crear un Dios, le dijo la Historia, si quería acceder a la Estética, aquella de la que le hablaron los Sabios.
Merece un inciso plantearnos por qué no tomar la vía de Bakunin, y liberarnos de un Dios que se eleva por encima de nosotros. Si llegamos a la conclusión, como suponemos hizo Óscar, de que a través de él encontramos la catarsis, la exhaltación de nosotros mismos, es decir el Arte, en cualquiera de sus formas, y por ende el proceso creativo, siendo quién nos permite ese acceso al Absoluto, esa materialización de lo Infinito en lo finito, matar a un ente tan bello no supondría sino un sacrificio demasiado grande. Óscar debía crear un Dios, le dijo la Historia, si quería acceder a la Estética, aquella de la que le hablaron los Sabios.
El sentimiento religioso, pues, anega a la
persona, dejándola en ese estado de enajenación frente a la obra
del Señor, y así consideramos todas sus formas como divinas, que
nos aterran e intimidan. El monje, el fraile, vive de la mera
contemplación y discurso de dicha obra, siendo piadoso con ella,
dejando a otras formas de religiosidad el actuar frente a las mismas. Óscar pertenece esa primera forma pura de profesar su fe, más pura y
teórica, mientras sus amigos y compañeros jugueteaban directamente
con Dios y sus formas.
Pero como todo hombre de fe, ésta
debe ser puesta a prueba para comprobar si es verdadera, y así es como
Elena (Sara Picó) aparece, como irruptora directa del Dios que acepta interceder
con el individuo, aceptándolo, pero todavía ella perteneciente a la divinidad no
alcanzada: Óscar, estático, permanece impasible e inmanente en el
chalé de Elena, rodeado de vivos colores y graciosas formas, un
lugar completamente ajeno al ascetismo que de él podríamos
imaginar, y aun así abstraído en sus pensamientos. Elena, sin
embargo, entra y sale del plano, dueña de él, moviéndose de manera
grácil, distendida. Fuma y el humo la envuelve, misteriosa de negro
y ajena a la aparente realidad de Óscar, se presenta como una figura
peligrosa pero encantadora.
Debe ser Elena la que se acerque a Óscar para que despierte de su monologo interior, expulsándolo así
del plano consciente en el que tan seguro se encontraba y obligándole
a enfrentarse así con su nuevo infierno particular: la relación
Real con el ente sagrado.
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