miércoles, 19 de noviembre de 2014

Bobol I: Introducción

(( Me he planteado analizar desde una perspectiva personal el mediometraje que hará dos años grabamos mi grupo de amigos. Ricardo Jornet nos propuso escribir cada uno una intervención en el guión, para ser posteriormente interpretado por nosotros mismos, dirigidos por él. Además el corto tendría otra particularidad: debía ser grabado en 24 horas.

Los comentarios aquí vertidos son personales y no tienen por qué coincidir con la opinión de sus creadores, ni mucho menos ser conscientes de las mismas. Se trata, como ya he mencionado, de un análisis personal.

Dada la duración del mediometraje, unos cuarenta minutos, lo dividiré en diferentes entradas, cada una acompañada de su correspondiente vídeo que editaré en función del texto escrito. En caso de que quieran visionarlo en su unidad, pueden acceder a él a través de este link. Recomiendo, evidentemente, ver cada clip antes de leer el texto.

Ante todo, ésto es un homenaje a mis amigos, a nuestro grupo, a nuestro tiempo.))




          El infierno, aunque inmutable, sólo se nos aparece a través de la contingencia de los días. No hay grandes gestas como en la literatura clásica, ni héroes magnánimos que se enfrentan a la Historia. El infierno es accesible a todos por su justa facilidad para aparecer en los distintos momentos de nuestra vida, y todos debemos enfrentarnos y escapar de él, aunque tengamos la seguridad de que más tarde volverá a aparecer.

          Si hablamos del infierno debe existir un Dios, y hablando de él empieza su monologo Óscar (Roy W. Cobby), el protagonista de nuestro cortometraje 'Bobol'. Si bien liberado desde joven de su influencia, es cuestión de tiempo que rellene este espacio simbólico con alguna otra entidad, y ésta será la que haga posible la existencia de este tormento del espíritu, al que sólo acceden los creyentes; en nuestro caso, los enamorados.
 
          Pues es Óscar quien es guiado por el espíritu de los Sabios, e indagando en el alma humana a través de diferentes formas del Arte y Ensayo, concluyó no podía haber fuerza superior que aquella que despierta la mujer en el espíritu del hombre, pues infudía en el individuo esa exaltación sólo atribuible a los Dioses griegos en sus amados guerreros, y perpetuada en la historia occidental por la “Iluminación” que otorgaba el camino del Señor. Así pues, si el Amor era ese sentimiento original, la Mujer debía ser Dios.

          Merece un inciso plantearnos por qué no tomar la vía de Bakunin, y liberarnos de un Dios que se eleva por encima de nosotros. Si llegamos a la conclusión, como suponemos hizo Óscar, de que a través de él encontramos la catarsis, la exhaltación de nosotros mismos, es decir el Arte, en cualquiera de sus formas, y por ende el proceso creativo, siendo quién nos permite ese acceso al Absoluto, esa materialización de lo Infinito en lo finito, matar a un ente tan bello no supondría sino un sacrificio demasiado grande. Óscar debía crear un Dios, le dijo la Historia, si quería acceder a la Estética, aquella de la que le hablaron los Sabios.

          El sentimiento religioso, pues, anega a la persona, dejándola en ese estado de enajenación frente a la obra del Señor, y así consideramos todas sus formas como divinas, que nos aterran e intimidan. El monje, el fraile, vive de la mera contemplación y discurso de dicha obra, siendo piadoso con ella, dejando a otras formas de religiosidad el actuar frente a las mismas. Óscar pertenece esa primera forma pura de profesar su fe, más pura y teórica, mientras sus amigos y compañeros jugueteaban directamente con Dios y sus formas.

          Pero como todo hombre de fe, ésta debe ser puesta a prueba para comprobar si es verdadera, y así es como Elena (Sara Picó) aparece, como irruptora directa del Dios que acepta interceder con el individuo, aceptándolo, pero todavía ella perteneciente a la divinidad no alcanzada: Óscar, estático, permanece impasible e inmanente en el chalé de Elena, rodeado de vivos colores y graciosas formas, un lugar completamente ajeno al ascetismo que de él podríamos imaginar, y aun así abstraído en sus pensamientos. Elena, sin embargo, entra y sale del plano, dueña de él, moviéndose de manera grácil, distendida. Fuma y el humo la envuelve, misteriosa de negro y ajena a la aparente realidad de Óscar, se presenta como una figura peligrosa pero encantadora.

          Debe ser Elena la que se acerque a Óscar para que despierte de su monologo interior, expulsándolo así del plano consciente en el que tan seguro se encontraba y obligándole a enfrentarse así con su nuevo infierno particular: la relación Real con el ente sagrado.  

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